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5 de marzo de 2013

Señores políticos, háganse un plan renove


solucion-salina

Hoy bajaba una familia al metro empujando una carretilla con un televisor de tubo. Su destino era una tienda de electrodomésticos que en vez de afirmar tu listeza niega tu tontería. Les dan dos euros por kilo. El aparato parecía un mamut y el niño lo acariciaba como calmándolo, al igual que haría con un perro agónico al que le espera la muerte en el veterinario. Compartí con ellos el ascensor y, mientras descendíamos, pensé en las ofertas de los últimos años: pasta por cambiar de coche, desgravaciones por cambiar de casa y dinero barato por cambiar de banco. Claro que para algunos supuso la primera vez, esa experiencia desconcertante que años después recordarán como un gran polvo cuando en realidad fue el gatillazo de su vida. La memoria sí que no es tonta.

Yo, de crío, llevaba los cascos de la Revoltosa a Casa Flora, una tienda de ultramarinos anclada en la guerra de Cuba popularmente conocida como la de Fariña, para que me descontasen unas pesetas en el precio de la nueva botella de gaseosa. Era una ecoeficiencia primigenia, propia de un país que aún tenía presente la autarquía y al que le costaba pasarse de la Mirinda a la Fanta. Quiero decir que entonces ya reciclábamos sin saberlo, había sólo un coche por familia y los que no teníamos carné adelantábamos o retrasábamos el viaje a Coruña en el Finisterre para que nos coincidiese con el rápido, que iba igual de lento que los otros troles pero hacía menos paradas. Una vez, una pija redomada de mi pueblo asomó la cabeza a la escalerilla y le preguntó al conductor:

- Oiga, ¿es el rápido?
- ¿Rápido? —replicó el chófer con sorna—. ¡Como una bala!

Las cosas de palacio, en cambio, van despacio. Decía el otro día que nos gobierna un presidente a la tercera que lleva treinta años ocupando un escaño, el líder de la oposición fue ministro con Felipe cuando aún no habían nacido los votantes más bisoños, y así… No sé, esta dilatada transición me pone tan morriñento que empiezo a echar de menos el bigote del comunista Gerardo Iglesias, que cuando abrió la puerta giratoria fue para volver a la mina. Y sí, algunas carrocerías han cambiado, pero me da que las impulsan los mismos motores. Es para sacar la carretilla del trastero, darse un garbeo por los parlamentos y esperar a que aprueben un plan renove. De sí mismos.

Público.es

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