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29 de enero de 2013

Españoles por el mundo… y a la fuerza


Los jóvenes españoles menores de 30 años tienen apenas dos alternativas en esta crisis tan pavorosa que estamos soportando: hacer las maletas y terminar en un reportaje de ‘Españoles por el mundo’ o presentarse a algún casting de Telecinco para concursar en uno de esos programas de televisión al estilo de ‘Gandía Shore’, donde lo único que te piden es que seas el más hortera y el más macarra de tu pueblo. O la emigración de los más cualificados o el ‘ninismo’ (ni estudiar ni trabajar) en grado sumo.

Esto es una exageración, pero es un trazo grueso que sirve para ilustrar el drama que están viviendo gran parte de los jóvenes, atrapados en una situación insoportable: no han sido expulsados jamás del mercado laboral, pero por la sencilla razón de que nunca han entrado en él.Algunos sí lo hicieron, y con 16 o 17 años se hartaron de ganar en el sector de la construcción unos sueldos disparatados para chicos de su edad, pero la gran mayoría no ha vivido ni eso.

Lo ha corroborado de nuevo la Encuesta de Población Activa: casi seis millones de españoles sin trabajo y más de 3,5 millones de puestos de trabajo perdidos por la crisis de los cuales un 75% corresponde a jóvenes menores de 30. Hay un millón de chicos menores de 25 años sin trabajo. Un fracaso que no admite el más mínimo eufemismo. Y menos todavía explicaciones tan esotéricas y alejadas de la realidad como las que daba el viernes la ministra de Trabajo, Fátima Báñez.

No soy de los que se ponen en plan plañidera porque muchos jóvenes hayan cogido un vuelo ‘low cost’ y se hayan ido a buscar la vida a Múnich, Rotterdam o Bristol. Antes exportábamos camareros, fresadores y mecánicos y ahora lo hacemos con ingenieros, arquitectos y médicos que seguramente algún día volverán a casa y devolverán a su tierra todos sus conocimientos, talentos y experiencias.

El problema no ése, el problema es que: 1. Se van obligados porque aquí no se les da alternativas; y 2. Tampoco puede nadie garantizar que terminen volviendo para devolver ese conocimiento adquirido. Esa fuga de cerebros de la que se habla es una realidad y la podemos ver en nuestro entorno. Quien más quien menos tiene a un familiar, a un amigo no al hijo de unos vecinos que está trabajando en alguna fábrica europea o en una obra en América Latina.

El fracaso es de todos. No hemos sabido crear el entorno necesario para explotar el talento de una de las generaciones más preparadas de nuestra historia y encima tampoco tenemos alternativas para los que se han quedado atrás en el camino educativo y le ponen nombre, apellido y angustia a eso que siempre denominamos como fracaso escolar.

Tarde o temprano saldremos de la crisis. Ahora bien, ¿a qué precio lo pagarán unos cuantos cientos de miles de españoles? ¿Al de tener 40 años y no haber encontrado un puñetero trabajo digno en toda su vida? Muchos de estos chavales tendrían que ser infinitamente más autocríticos y asumir que tienen que formarse mucho mejor, ser más competitivos y aceptar que si no tienen capacidad un trabajo se lo tienen que fabricar. Pero más allá de este ejercicio de responsabilidad, son nuestras Administraciones quienes tienen que promover esas condiciones necesarias para que los jóvenes puedan encontrar ese lugar en el mundo al que, se supone, todos tenemos derecho. Seis de cada diez no lo tienen. Y lo peor es que pueden seguir así casi toda su vida de adultos. Vaya fracaso más hiriente y espantoso.

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