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24 de julio de 2012

Los funcionarios: profesionales invisibles

Los estados de opinión de la época a la que me he retrotraído no variaban con la rapidez con la que lo hacen las noticias de hoy en día que pasan a ser historia en cuestión de horas. Y esto les interesa a muchas personas dedicadas a la política.


Han ido ganando todos los que disponían de ideas fijas y premeditadas para ponerlas en práctica y grabarlas a hierro fulgente en las mentes de la mayoría de los ciudadanos.

Pobres ingenuos que no sospechábamos que éramos las víctimas últimas de toda una campaña hecha con tranquilidad, sin armar ruido, clavándose como alfileres en cada uno de los poros de un grupo de profesionales, de todos las categorías y niveles, que optaron por la cosa pública. Los hoy innombrables funcionarios.

Cuando yo aprobé mi oposición, éramos miles y miles, las plazas limitadas y muchos de los que no las superaron se estuvieron riendo de mi acceso a la función pública, porque era la época de los nuevos “yuppies”, los niños no querían llegar a la luna querían ser “marios conde”.

Durante todos esos años, los funcionarios hemos sido invisibles. Salvo por las ocurrencias de quienes se las daban de intelectuales y tenían un ética que yo hoy tacharía de falta de escrúpulos.

La democracia dio de comer a una clase distinta, muchos salieron ganando con el cambio. Pasabas de ser de uno más a representante de la soberanía popular. El honor no podía ser mayor.

Pero este espíritu vocacional, puro y libre duró pocos años. La nueva casta, los políticos se dieron cuenta que las posibilidades de manipulación eran enormes y que junto a ellas las posibilidades de facilitar el trabajo de familiares, amigos y amiguetes eran espectaculares.

Se ha ido haciendo un ovillo tan complejo que ya no merece la pena intentar aprovechar nada de semejante lío, salvo las excepciones claras y decentes que todavía nos hacen levantar la cabeza, marcar los hombros y recuperar la confianza en nosotros mismos.

Son bienes intangibles: honradez, transparencia, sentimiento solidario, orgullo por lo que está bien hecho, valentía para no tener miedo a denunciar a los corruptos y a quienes han hecho de la política y de la justicia un medio de vida sucio y una vía para mantener una apariencia de dignidad, que ya la sociedad ponía en duda.

El auténtico problema al que nos enfrentamos los que nos hemos hecho a nosotros mismos, es cómo separar el grano de la paja.

Yo no estoy con aquellas personas que afirman que todos son iguales. Ni mucho menos.

Confío plenamente es nuestros sentidos y en nuestra capacidad para desechar a los que quieren a España para sacar provecho político particular o familiar. Su cualificación profesional no existe, desde pequeños han aprendido que un apellido o el patrimonio familiar les aseguraba un “status” para continuar el gran espectáculo de la vida a costa de los demás.

No nos llamemos a engaño. Muchos hemos caído en la tentación y los únicos responsables, uno a uno, hemos sido nosotros. Hemos sabido, hemos conocido y lo hemos dejado pasar.
Hasta aquí han llegado. No van a lograr llevarnos a la resignación, a unas componendas que sólo son nuevos engaños. La inevitabilidad de perder derechos (eso sí, siempre los perdemos los mismos) y ese miedo que sentimos a formar parte de una colectividad, a compartir como un piña la defensa de lo que hemos ganado y que no vamos a permitir que los roben, será la primera señal de victoria.

El valor individual de la persona es inmensurable pero el valor de muchas individualidades sanamente concienciadas es algo que no tiene fin, como el horizonte.

Una gota de agua de mar sigue siendo lo que es, pero el océano es la superación de la belleza y la fuerza.

Con una gran diferencia en este juego firme de recuperación de la justicia y del reparto equitativo de los recortes sociales, yo asumiré mi cuota de responsabi
lidad pero nunca estaré a favor de la demagogia, la mentira partidista, la violencia y la sinrazón.

Eugenia Bolaños
Diario Progresista

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