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2 de julio de 2012

¿Por qué no se debe despedir a nadie?


El despido de una persona disminuye sobremanera su capacidad de demanda, de tal forma que, podemos decir que el despedido cae por un pozo por donde arrastra a otros trabajadores. Por cada diez personas que se quedan sin su puesto de trabajo, al menos tres más lo harán durante los meses siguientes.

Es verdad que en sociedades avanzadas la reducción de la capacidad de demanda del despedido no es inmediata. La existencia de colchones tales como la indemnización o la prestación por desempleo, sirve de amortiguación del efecto contagio sobre otros trabajadores.

Por eso resulta inconsciente y, sobre todo, ignorante, la defensa de los despidos y recortes en el personal de la Administración Pública (enfermeros, policías, médicos, maestros), dado que el efecto multiplicador del paro, divisor de la ocupación, trae más efectos perversos que el ahorro que presuntamente conlleva en el presupuesto.

A esto hay que añadir el efecto psicológico que contrae el consumo de los más cercanos al despedido, contracción que colabora en la disminución sistemática del nivel de ocupación y de actividad de la sociedad española.

Es preferible seguir el sistema alemán en el que se evitan los despidos y se alcanzan acuerdos de reducción justificada de los salarios de los trabajadores en empresas a punto de presentar expedientes de regulación. Porque, como una pirámide, una disminución de nuestra renta hará descender en primer lugar nuestro ahorro y el consumo de los bienes y servicios menos necesarios.

La base de nuestra renta va destinada a los bienes de necesidad, producción que se mantendría disminuyendo los sueldos, en el caso de reducciones salariales justificadas antes que de despidos, afectando en primer lugar al ahorro y al consumo de bienes y servicios inferiores.

Evitar los despidos en las empresas es, desde el punto de vista macroeconómico, una prioridad. Resulta esperpéntico observar los despidos en las administraciones, denostando en primer lugar a los funcionarios (repito, en mayor medida, médicos y maestros), provocando un efecto perverso en la coyuntura, la caída en la depresión, el horror para las familias y el error de las administraciones conservadoras.


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